Volar con el viento en contra
En los recovecos de mis pensamientos, reflexionaba acerca de las dificultades de la vida.
No de sólo “lujo” viven los meandros de mi mente. Afortunadamente, “tengo más registros” 😉.
Pensaba que, este año ha sido un período especialmente duro para muchos: personas a las que quiero, desconocidos en otras latitudes. A ratos para mí también lo ha sido.
Si algo se puede decir de la vida, así como de la muerte, es que es bastante democrática; trata a todos por igual o casi. La rueda gira, vamos.
Y en este elucubrar, especulaba acerca de lo que significa “volar con el viento en contra”, frenados por las dificultades.
En el mundo de la aeronáutica, volar contra el viento, aunque parezca contradictorio, es a veces una “bendición”. Durante el despegue, cuando el avión enfrenta esa resistencia, el viento que se opone se convierte en un aliado inesperado: ofrece más “sujeción”, facilita la elevación. En ese aparente obstáculo, la fuerza que se interpone no es sino el impulso para ascender más rápido, con mayor estabilidad. Es una lección técnica, pero, como todo en este mundo y en la naturaleza, encierra una verdad mucho más honda; una metáfora que se despliega, como las alas extendidas del avión, para quienes luchan en la vida contra las embestidas de la existencia.
Cuando las personas “volamos” con el viento en contra, o con el «freno de mano puesto», sea por un cuerpo que ya no responde con la agilidad que alguna vez le fue natural, o por el peso silencioso de bloqueos internos, o simplemente por las vicisitudes que nos trae la vida, experimentamos esa misma paradoja.
Cada paso hacia adelante se siente más denso, el aire parece más espeso, la resistencia más cruel. Sin embargo, es precisamente en ese enfrentamiento donde encontramos nuestra mayor capacidad de vuelo. Como el avión que desafía las corrientes, nuestras luchas nos obligan a ser más conscientes de cada movimiento, a medir mejor nuestras fuerzas, a escuchar con atención los latidos del corazón que sigue latiendo, pese a todo.
Somos nosotros que elegimos cómo vamos a afrontar esas dificultades.
Mi filosofía es “sentarme a descansar” si me hace falta para retomar fuerzas, pero NUNCA RENDIRME.
En ese desafío constante, es donde descubrimos de qué “pasta” estamos hechos. Porque, lo más fácil, en efecto, sería rendirse; lo más lógico dejarse llevar por los acontecimientos y luchas, aceptando nuestro destino.
¿Pero, quién define el destino?
Rechazo de pleno la idea que mi destino esté predeterminado y, aunque comprendo que muchas veces hay acontecimientos inesperados, quizás trazados por fuerzas mayores de lo que nuestra razón sea capaz de entender, soy yo la que detiene las riendas de mi destino o eso prefiero creer.
Soy yo, al final del recorrido que elijo sufrir, parar, asustarme o salir adelante.
La resistencia que parece frenar nuestro avance, si la observamos con ojos claros y mirada positiva, se convierte en la razón de nuestro crecimiento. A veces, es en el esfuerzo adicional donde encontramos la clave para romper un viejo patrón, para liberar una parte de nosotros que, de otro modo, habría permanecido dormida. Volar con el viento en contra no es una condena, aunque a veces lo parezca y pese en nuestro caminar; es una oportunidad para elevarnos, para redescubrir la gracia del vuelo, la belleza de la superación. Es ese tipo de vuelo el que nos hace más humanos, más completos, porque nos obliga a sentir, a perseverar, a recordar que, incluso en medio de la dificultad, seguimos siendo capaces de abrir nuestras alas.
En mi experiencia personal, puedo afirmar que así ha sido, y aunque a menudo no han venido bien dadas, nunca he perdido la ilusión, jamás he olvidado que la vida siempre merece ser vivida.
Pero vamos… no quiero hacer apología del sufrimiento y las dificultades. Por lo que a mí se refiere, creo que ya prefiero y merezco una vida «más tranquila» y sin sobresaltos, que no sueños.
¡Eso qué nunca me falten!
Ya he dado, ya me he superado con creces jajaj; aunque, una vida bien vivida tiene a la fuerza impulsarnos a crecer a diario.
Y así, volviendo al discurso inicial, el viento que parecía detenernos se convierte en nuestro maestro, en el eco constante que nos dice: sigue adelante, que en cada resistencia nace una nueva fuerza.
¡No abandones! “Il gioco vale la candela” se dice en italiano. Es una expresión que se usa para indicar que el esfuerzo o el riesgo que se toma para realizar algo vale la pena. Proviene de tiempos en los que se usaban velas para iluminar las noches, y la frase refleja la idea de que, si el juego (o actividad) es lo suficientemente valioso, merece «el gasto» o el esfuerzo de encender una vela para seguir adelante.
Cierto es… incluso en las noches más oscuras, hay alguna estrella, encontramos una luz que nos guía y que nos da esperanza para seguir caminando, aunque cueste. Podemos nosotros mismos elegir encender la vela.
Nuestras dificultades también nos recuerdan que debemos ser compasivos hacia los demás.
¡Este para mí es un punto muy importante!
Realmente, desconocemos qué clase de desafío están enfrentando los otros.
A menudo, lo que las personas muestran al exterior no refleja las batallas internas que libran en silencio. Y más en este mundo de las apariencias donde todos somos felices, ricos y exitosos.
Ese aparente éxito, fortaleza o calma puede esconder el peso de resistencias invisibles que sólo ellos conocen. Precisamente por eso, considero fundamental que, ante todo, agudicemos nuestra humanidad, actuemos con empatía y cercanía, recordando que tenemos corazón por una razón, y que la bondad, la clemencia, la indulgencia, el cariño, … son las alas invisibles que nos permiten no solo volar a nosotros, sino ayudar a otros a elevarse también.
Un pequeño gesto hacia otro puede significar algo muy grande para alguien.
Resumiendo… en la vida y en la profesión, el viento en contra no solo nos fortalece, también nos abre los ojos a la realidad de quienes caminan a nuestro lado. Al no rendirnos, al aprovechar nuestras propias dificultades para crecer, aprendemos a ver el dolor o el esfuerzo ajeno con una mirada más compasiva. Nuestras caídas, tropiezos y momentos de lucha personal nos acercan más a la experiencia humana colectiva, haciéndonos conscientes de que todos, en algún momento, volamos con el viento en contra.
Hay una frase extraordinaria de Séneca que creo resulta perfecta como mensaje último:
“Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín”.
¡Recordémoslo a cada paso!
Nota: Dedico este texto a todos los que quiero y en general a todos los que sufren, pero especialmente a los que, convencidos de que a ellos les irá siempre bien, viven sin compasión ni corazón.
Créditos del Vídeo: «a quien le pertenezca». Hace mucho que guardé ese vídeo en mi biblioteca de imágenes y no recuerdo de quién es.
Si alguien sabe la autoría, que me lo diga para subir la información.
¡Gracias!
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