"TRIUNFAR, CAER y RESURGIR: La Prueba Definitiva de Empresas y Personas" - Loredana Vitale
"Explora cómo personas y empresas pueden gestionar el éxito y el fracaso, superando las caídas y resurgiendo con valentía. Descubre estrategias para enfrentar crisis, mantener la esencia y crecer a través de la adversidad."
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«TRIUNFAR, CAER y RESURGIR: La Prueba Definitiva de Empresas y Personas»

Ayer por la mañana me despertó el post del Corriere della Sera, en el que el periodista Massimo Gramellini reflexiona sobre el caso de Chiara Ferragni. Hace apenas un año, Ferragni era vista como una princesa moderna, un icono de éxito que ha escalado a golpe de marcas, moda y lujo. Sinceramente, siempre me ha despertado simpatía, aunque no comparta la manera en la que ha llevado cuestiones de su vida personal y profesional. Hay que alabar sin embargo el hecho de que ha sido una de las primeras profesionales digitales y es caso de estudio de Harvard, por ejemplo.

Hoy, a su pesar, se encuentra enfrentando un momento complicado, casi como el derrumbe de un castillo de naipes. Aunque no está arruinada en términos económicos ni personales, su carrera se ha visto fuertemente perjudicada por la acusación de fraude agravado que pesa sobre ella, creándole un gravísimo problema de reputación.

Es como si la carroza dorada se hubiera convertido en calabaza, y la fama y el reconocimiento, en una especie de ruina relativa, agravada por el vapuleo de medios y heaters que han aprovechado sus despojos para devorarla en un escarnio público casi sin precedentes.

En otra ocasión hablaremos de este fenómeno y de cómo la libertad de expresión se ha convertido en “un todo vale” para, sin miramiento, dañar, insultar y verter litros de veneno encima de quien sea.

 

Pero volvamos a Chiara… cómo, en cuestión de meses, una persona puede pasar de estar en la cúspide a encontrarse sumida en una situación que amenaza con derrumbar todo lo que ha construido. Este es un ejemplo — uno entre muchos — de cómo la vida pone a prueba a quienes, de un modo u otro, se atreven a sobresalir, pero construyen sobre pies de barro.

Este caso específico me resulta de pretexto para hablar de algo más profundo: de ese ir y venir constante que todos enfrentamos en nuestras propias vidas, pero que solo algunos tienen el coraje de asumir plenamente.

Enfrentarse al triunfo y la ruina no es una cuestión de gestionar resultados, sino de aceptar la transformación interna que esos estados provocan.

Yo misma, he tenido que afrontar hechos francamente graves en la vida y, puedo afirmar que no solo no he vuelto a ser la misma, sino que he elegido (y muchas veces no me ha quedado más remedio) que estos durísimos hechos me engrandecieran, me hicieran crecer, me elevaran cual Ave Fénix. En esas circunstancias, mis espadas han sido mis valores, mi fuerza el Amor y el fuego que me daba calor y empuje: mi pasión. Por supuesto la perseverancia y la firme decisión de nunca rendirme.

Las pruebas de la vida, esos momentos de crisis que parecen despojarnos de todo, que marcan fechas concretas en nuestro calendario vital, son lo que realmente revelan el carácter de las personas.

Es cuando se revela la verdadera esencia de alguien; se descubre “el valiente o el cobarde”.

Son el crisol donde se distingue lo esencial de lo accesorio, lo auténtico de lo fabricado; donde uno también se descubre a sí mismo. Lo que emerge no es el personaje que se ha mostrado al mundo, sino su esencia, la pasta de lo que uno está hecho, el núcleo que permanece cuando las luces se apagan.

En ese espacio de vulnerabilidad, pasas de ser lo que está escrito en una tarjeta de visita a ser tú en tu forma más pura y honesta.

¿Y QUÉ PASA CON LAS EMPRESAS?

 

Las empresas y las marcas, de algún modo, viven procesos similares. Al igual que las personas, están expuestas a altibajos, a momentos de apogeo y a caídas repentinas que amenazan con disolver su identidad.

Una compañía puede pasar de ser líder de mercado a enfrentarse a la crisis más profunda en cuestión de meses, por decisiones erróneas o cambios en las expectativas del público.

Al igual que los individuos, cuando una marca experimenta el éxito o la ruina, se hace evidente la calidad de su esencia: su capacidad de adaptación, la coherencia de su propuesta y la solidez de sus valores… la coherencia.

En estos momentos críticos, contar con profesionales que sepan entender estos ciclos y gestionarlos con lucidez es fundamental. No basta con tener buenos resultados, sino con saber cómo mantener el rumbo cuando el viento cambia.

Un fracaso mal gestionado puede destruir no solo la reputación, sino la misma razón de ser de una marca.

Un éxito mal interpretado puede llevar a una desconexión con la realidad y, en última instancia, a la caída. En ambos casos, las empresas necesitan rodearse de personas con una visión clara, capaces de anclar la identidad de la marca a su propósito y, a la vez, de adaptarse a los nuevos desafíos.

Del mismo modo que sucede con las personas, las empresas también deben tener la valentía de verse en el espejo de sus errores y aprender de ellos. No se trata solo de un buen liderazgo, sino de una buena dosis de humildad para reconocer la necesidad de evolucionar y cambiar cuando las circunstancias lo exigen.

Existir implica exponerse, arriesgarse a fracasar estrepitosamente, a ver cómo los cimientos de la propia identidad tiemblan ante la duda, la decepción o la pérdida. Requiere un grado de valentía que pocas veces se menciona: el valor de enfrentarse a uno mismo.

 

SE NECESITA VALOR PARA VIVIR. Lo otro es supervivencia.

 

Es fácil mantenerse en la superficie, seguir la corriente y acomodarse en la rutina. Pero atreverse a salir de ese refugio, a caminar sobre el filo de la incertidumbre y ser fiel a uno mismo, es lo que realmente define la valentía de una vida plena.

Rudyard Kipling lo expresó magistralmente: «Si puedes tratar con el Triunfo y el Desastre, esos dos impostores, del mismo modo…». Porque tanto el éxito como el fracaso son trampas que pueden desdibujar nuestra verdadera esencia y mirada sobre las cosas.

En esa desnudez, cuando nos enfrentamos a la realidad de lo que somos sin máscaras, donde radica el verdadero valor.

El éxito, envuelto en halagos, tiende a envolvernos en una capa de orgullo, mientras que la ruina nos deja expuestos, enfrentando un vacío que no puede llenarse con aplausos ni reconocimientos.

Ahí, en esa intemperie emocional, la única forma de seguir adelante es con autenticidad y claridad. Aceptar, comprender y actuar sin perderse en la euforia del éxito ni en la desesperación de la caída.

 

RODEARSE DE LAS PERSONAS CORRECTAS

 

Y aquí surge otro factor decisivo: las personas con las que uno se rodea.

Tener cerca a quienes no temen mostrarte cuando te equivocas, a aquellos que saben aterrizarte cuando la euforia te ciega o elevarte cuando el miedo te paraliza, es fundamental.

Es mirar alrededor sabiendo que las personas que te acompañan lo hacen porque comparten tus valores y están dispuestas a señalarte cuando te desvías.

Es en esas relaciones auténticas donde se encuentra el verdadero apoyo, no para mantener un estatus, sino para recordar quién eres y qué buscas.

Con los años me he vuelto muy celosa de mi entorno, aunque sigo siendo una persona extremadamente sociable y generosa, he aprendido a proteger mi privado, a limitar mis interacciones con personas que realmente son de valor para mí. Fundamentalmente porque “la experiencia es un grado” y luego porque me he vuelto extremadamente selectiva, por mi falta de tiempo e interés en alimentar relaciones huecas.
No comparto mi intimidad con muchos, tampoco cuento mis proyectos… pero he tenido el acierto de rodearme de personas extraordinarias.

“Poche ma buone” se dice en mi tierra.

Ellas nos mi ancla y mis alas; las que calientan a diario mi corazón y elevan mis sueños. Y no me hace falta aquí citarlas, al igual que preservo mi intimidad, resguardo la suya, a sabiendas de que no me hace falta poner su nombre para que cada una de ella se reconozca en este escrito.

Para mí, la verdadera ruina no es la pérdida material o el desplome de una carrera; la verdadera ruina es la pérdida de la brújula interna, el olvido de lo que nos mueve y nos define.

Así, vivir con valentía no es enfrentar la vida con grandilocuencia, sino aceptar los desafíos, las crisis y los fracasos como una parte integral del propio recorrido, sin rendirse y sin olvidar quienes somos.

Lo mismo ocurre con las empresas: triunfar y fracasar son fases inevitables de un ciclo mayor. Y como las personas, las marcas necesitan aprender a sostenerse durante el éxito ya reconstruirse durante la adversidad, demostrando con cada movimiento la solidez de sus valores y la capacidad de resistir.

Porque, en última instancia, lo que permanece no es la acumulación de éxitos o la ausencia de fracasos, sino la capacidad de ser fiel a la propia esencia cuando todo a tu alrededor — incluso tú — se tambalea; la capacidad de sobreponerse, aprender y crecer.

En el éxito y en el fracaso hay que recordar quiénes somos y de dónde venimos; nunca olvidar de “volver a casa”… de volver en ti.

Válido para personas, marcas y empresas.

 

 

 

 

Fuente de información: Corriere della Sera

Fuente Imagen: @ChiaraFerragni

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