Cuando me preguntan a mí, como experta en el sector, qué es el lujo más allá de las marcas y el negocio, les digo que el verdadero lujo se revela en esos instantes trascendentales que embriagan el alma y dejan una huella imborrable en nuestra memoria. Son esas noches de confidencias, miradas cómplices bajo las estrellas, de momentos de bríndis y celebración, donde las palabras fluyen sin filtros y los corazones se abren sin temor. Los minutos se vuelven universo y eternidad. La presencia de amigas que son más que familia, que conocen nuestras alegrías y nuestros miedos más profundos: un tesoro inestimable.
Un instante perfecto puede surgir en torno a una mesa por ejemplo, con una tarta artesanal, creada con esmero y devoción. Cada bocado es una caricia al espíritu, una manifestación del cuidado y la pasión puestos en su elaboración. Cada gesto que he acometido creándola, añade valor extremo a esa creación, cada pensamiento, cada instante empleado para hacer felices a otros, desborda los límites del costo para llenarse de VALOR/VALORES. Una amiga me dijo que yo era eso que se veía en esa tarta, la riqueza de mi alma estaba allí, todo el amor y la energía. ¿Hay algo más “lujoso” que eso en el mundo?
En estos momentos, el tiempo parece detenerse y el alma se siente plena, inundada por la belleza de lo sencillo y lo auténtico. Despojados de artificios para impresionar. Uno vuelve a la esencia.
El lujo verdadero se encuentra, para mí, en la capacidad de vivir y atesorar estos instantes mágicos, donde la conexión humana y la autenticidad se entrelazan, creando recuerdos que perduran y enriquecen nuestro ser. Son esos fragmentos de vida que nos recuerdan que, al final, la verdadera riqueza se halla en las experiencias, que nutren el corazón, y en las relaciones, que trascienden el tiempo.
¡Viva el Lujo! ¡Siente el Lujo!
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