08
Mar 2025
Deliciosamente complejas

Tengo un amigo que me dice que soy “deliciosamente compleja” y otro que dice que “las mujeres somos tíos muy complicados”. Sea como fuere, cierto es que me reconozco en lo de “deliciosamente compleja”.
En general, nos han hecho creer que debemos elegir; ser una cosa o la otra. Fuertes o delicadas. Independientes o amorosas. Prácticas o sofisticadas. Como si la feminidad estuviera hecha de opuestos irreconciliables, como si nuestra esencia debiera fragmentarse en categorías comprensibles y aceptables para los demás. Pero no somos una dicotomía, ni un fragmento de algo. Somos poliédricas. Enteras… Deliciosamente complejas. Somos personas, con nuestras diferencias individuales y, a pesar de que me encanta ser mujer, no quiero ser clasificada, no de la manera en la que se hace hoy y se ha hecho siempre.
Soy, en efecto, “deliciosamente compleja” y a mucha honra, que se dice. Y no porque haya buscado encajar en una idea de mujer ideal, sino porque simplemente SOY. He sido muchas mujeres y, al mismo tiempo, siempre la misma. He tenido muy claras la diferencia entre mis roles y mi esencia; mucho más a partir de los cuarenta, momento en el que se me ha abierto de par en par la claridad mental: he visto diáfano lo que era para mí y lo que no.
Sé que soy la que construye, la que trabaja, la que se exige siempre más, la que no acepta menos de lo que sabe que merece y lucha por conseguirlo. Pero también soy la que se emociona ante la belleza, la que encuentra significado en los detalles, la que se permite disfrutar del refinamiento, del arte, de lo que trasciende lo efímero. Me he sentido fuerte en la independencia y plena en la entrega, sin que una cosa reste a la otra. He sido la que se enfrenta a la vida con determinación, pero también la que sabe cuándo dejarse llevar por la suavidad de un instante, por la dulzura mía y del alrededor.
He defendido mis ideas con firmeza y, al mismo tiempo, he aprendido a escuchar. He sido la mujer que sostiene, la que guía, la que protege, pero también la que busca refugio en unos brazos o en la complicidad de otras mujeres, la que encuentra fuerza en una mirada que entiende sin necesidad de palabras. He sido la que toma decisiones difíciles sin dudar y la que se permite la vulnerabilidad sin miedo a que la confundan con debilidad. He sido muchas y he sido una. Sé que soy única y no soy la única.
Pero habrá también hombres así.
Sin embargo, el mundo nos exige definirnos, en lo cotidiano, en la política, hasta en la moda: eres esto o eres aquello. Nos pide encajar en un molde y quedarnos ahí, sin desbordarnos. Si somos autónomas y seguras, nos miran con recelo. Si somos elegantes y refinadas, nos llaman frívolas. Si somos apasionadas, somos demasiado intensas. Si somos esto y aquello, parece que resulta insoportable la dicotomía. Pero la verdad es que no necesitamos justificarnos y tampoco ser validadas por nadie. No hay nada que explicar ni nada que demostrar.
Es realmente agotador deber luchar todos los días por tener el derecho a ser, por caminar solas sin miedo, porque se nos escuche sin necesidad de elevar la voz. Me harta esta lucha, ese tener que estar alerta siempre. Me harta también la manipulación constante que se hace de estos temas, cuando lo central sería enseñar, desde el nacimiento hasta la muerte, el respeto por el otro y la educación, para abatir cualquier atisbo de violencia sobre la mujer.
Luego… está el cuerpo. Nuestro cuerpo, que nunca ha sido solo nuestro. Siempre bajo juicio, siempre en el centro de una batalla que no hemos pedido librar. Demasiado delgadas, demasiado voluptuosas, demasiado visibles, demasiado cubiertas, demasiado sensuales o lo contrario. Se nos exige que respondamos a un ideal que cambia según la moda y la moral del momento, que ajustemos nuestras formas al gusto de quienes observan, que nunca nos pertenezcamos del todo. Pero el cuerpo femenino no es un símbolo para ser moldeado según las reglas ajenas, ni le pertenece a nadie más que a nosotras. Es nuestra casa, nuestro templo, nuestro territorio. Y lo debemos de habitar con la libertad de quien no debe explicaciones.
¿Y la edad? Otra esclavitud a la que nos quiere someter el mundo. El tiempo, que en los hombres es experiencia y en nosotras parece ser una condena. Nos han hecho creer que la belleza es una cuenta regresiva, que nuestra valía se diluye con el tiempo, que hay una fecha límite para lo que somos. Nos han convencido de que el valor de una mujer se mide en su juventud, en la tersura de su piel, en su fecundidad, en lo que aún no ha vivido. Pero la edad no nos disminuye, nos revela. En cada año que sumamos hay una historia, en cada línea del rostro hay una verdad. No hay decadencia en el tiempo, hay abundancia. Nunca me he sentido más plena como desde mis “venerables años”, orgullosa y consciente.
Así que, no quiero homenajes, no en un día concreto. No necesito que me concedan un espacio que ya es mío por derecho, por nacimiento, por ser persona. No estoy aquí para ser aprobada ni para encajar en expectativas ajenas.
Estoy aquí porque existo, porque soy, porque siempre he sido. Y eso es suficiente.
Traducción al Italiano:
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