ALINEACIÓN PLANETARIA - Loredana Vitale
La alineación planetaria nos recuerda que la vida no es un instante de perfección, sino un equilibrio en constante movimiento. No se trata de esperar que todo encaje, sino de aprender a fluir con el universo.
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ALINEACIÓN PLANETARIA

Pocas cosas me han resultado tan emocionantes como contemplar el cosmos. Lo suelo hacer cada vez que puedo, especialmente en épocas de perseidas. Si hay suerte y el cielo está despejado y no está excesivamente influido por la contaminación lumínica de las ciudades, puedes ver la bóveda celestial en todo su esplendor, tan nítida y cercana que parece “il cielo en una stanza” – el cielo en una habitación – el techo encima de ti, constelado de inmensidad, como decía la canción de Gino Paoli.

Hoy, 28 de febrero, levantaré mi mirada al cielo, consciente de que esta será una de las pocas oportunidades en la historia de mi vida para presenciar un fenómeno tan singular. Siete planetas se alinearán en un fenómeno astronómico poco común, un instante de aparente perfección cósmica, extremadamente rara, un evento que puede tardar siglos en repetirse.

Lo haré como si bastara con estirar la mano para rozar el equilibrio perfecto del universo.

Sin embargo, al preparar este momento de conexión con el cosmos, recordé que su fugacidad lo hace aún más valioso. La vida, al igual que el universo, oscila entre la armonía y el desorden sin necesidad de detenerse en un punto exacto, y si lo hace, es solo por un breve instante.

Está en ti la capacidad de saberlo captar o saborear y, en otro orden de ideas aprender de lo vivido.

A diario esperamos la “alineación perfecta de los astros”, no solo en el cielo, sino en nuestras vidas, en nuestros proyectos, en nuestras relaciones… Yo misma he creído a menudo que, si hacía las cosas bien, si tomaba las decisiones correctas, si encontraba el momento justo y el lugar adecuado, todo encajaría: amor, trabajo, salud, relaciones… Que llegaría ese punto en el que los esfuerzos pasados encontrarían su recompensa en el presente, en el que cada sacrificio demostraría haber valido la pena y toda inversión en amor y pasión por la vida, en personas y en proyectos, serviría.
Pero no. No siempre se da esta regla. O, mejor dicho, no de la forma en la que lo que a menudo esperamos. No siempre por dar amor lo recibes, no por trabajar con entusiasmo y entrega, se te reconocen los méritos, y vivir con pasión, tampoco es garantía de recompensa plena.

La vida no es un instante de alineación perfecta. Es más parecida al universo: una combinación de caos y armonía que coexisten sin anularse. Un equilibrio dinámico que no necesita fijarse en un punto exacto para tener sentido. Y entenderlo ha sido, quizás, uno de los aprendizajes más importantes que he tenido a lo largo de mi existencia. También, haber comprendido que no hay siempre una causa efecto en una acción: amo me aman, trabajo me reconocen los méritos, etc.

Es como cuando hablamos de felicidad, quizás haya un instante de inmensa felicidad, pero el resto de días pueden ser armónicos, serenos o, todo lo contrario.

Pensar lo contrario, es una utopía insana.

Esta noche elevaré la mirada al cielo, esperando que mis ojos vean la intersección entre la voluntad de ver, con la voluntad de esperar, y la capacidad de asombro, materializada en un intervalo de tiempo, sin que esto suponga más que aceptar la temporalidad de ese instante, gozando del privilegio de haberlo vivido.

La realidad es que, nos educan con la idea de que hay un momento en el que todo hace clic y se vuelve perfecto y supone un “salto cuántico” en nuestras vidas. Una especie de meta final en la que el éxito llega, el amor se consolida, la estabilidad se asienta y la vida cobra pleno sentido. Nos hacen creer que ese momento existe, que es cuestión de esfuerzo, paciencia, y que, cuando llegue, todo será más fácil o distinto.

Total, nos pegamos la vida esperando ese instante, ese éxito, ese amor, ese trabajo perfecto y no saboreamos lo que tenemos y somos. Persiguiendo eternamente algo que quizás nunca se dé.

La alineación planetaria es un fenómeno raro y breve, como lo son esos instantes de aparente perfección en la vida. No significa que no existan, sino que no son el estado natural de las cosas. Y, sin embargo, vivimos obsesionados con alcanzarlos y con retenerlos, como si la vida debiera ser una fotografía estática en lugar de un proceso en constante evolución.

Comprender que la vida es un camino en constante cambio, que no siempre todo encaja y que eso no significa estar perdidos, ha sido una lección que no aprendí de la noche a la mañana. A veces nos aferramos a la idea del éxito como si fuera un destino final, sin darnos cuenta de que el verdadero éxito está en la coherencia con uno mismo, en la capacidad de seguir en movimiento incluso cuando no hay certezas.

Resistir, insistir, persistir y nunca desistir es uno de los lemas de mi vida.

Fracaso y éxito: dos mitos mal contados

El otro día alguien me preguntó si me consideraba una persona exitosa. No supe responder de inmediato, porque, si éxito significa cumplir con la expectativa ajena o de la sociedad, probablemente no. Sin embargo, si hablamos de mi visión de éxito, diría que casi al 100%, porque para mí significa ser fiel a mis valores y a mí misma. He dejado pasar oportunidades, he renunciado a caminos que quizás habrían sido más fáciles o me hubiesen hecho más liviana la vida; he elegido la lealtad inquebrantable a mí misma y a los míos y nunca he traicionado lo que soy ni lo que creo. Y eso, en este mundo de artificios, es una forma de victoria, por lo menos para mí.
Creo que me pone en el top tres del podio, bajo mi punto de vista, del éxito.

Luego el concepto de fracaso…

Vivimos con la sensación de que el fracaso es lo opuesto al éxito, como si fueran dos polos irreconciliables. Pero la realidad es más sutil. El fracaso no es el fin de nada, no es motivo de fustigarse – y os garantizo que me ha resultado duro de asumir en mi vida por el alto nivel de exigencia que tengo hacia mí – sino parte del proceso. No es una señal de que hemos errado el camino, sino muchas veces el único camino posible en determinadas circunstancias y condiciones.

A parte de esto, en nuestra sociedad, nadie cuenta sus fracasos. Pues, yo nunca he tenido reparo en contar los mío; estas semanas, por ejemplo, había puesto esperanza en un tema, mucho trabajo, mucho esfuerzo, y no ha salido. ¿me hace eso una fracasada? ¿es ese un fracaso? Bajo mi punto de vista no, es el camino que tenía que transitar para entender dónde conducir mis siguientes pasos.

¡He aprendido tanto…!

Cierto es, que no siempre es necesario tropezar para aprender. Aprendemos del sufrimiento, sí, pero también del amor, del placer, de la belleza. Se puede crecer sin desgarrarse. Se puede evolucionar sin tener que tocar fondo. Se puede aprender tanto de una caricia como de una herida. La diferencia está en la mirada, en la disposición a dejarse transformar por lo que vivimos, sea triunfo o caída.

No quiero hacer apología del sufrimiento y del fracaso, al contrario. En mi vida hubiese ciertamente agradecido no tener tantas caídas y acontecimientos – algunos dramáticos – para aprender. Hubiese preferido tener un mentor, o unas facilidades de algún tipo, que hubiesen hecho mi transitar por esta vida más sencillo.

Pero, como comentado antes, no es lo que te ocurre, es como decides ponerte delante del acontecimiento, ayudando a una trasformación favorable de tu persona.

Quizás lo más peligroso de nuestra era no sea la búsqueda de esa “alineación perfecta”, sino la creencia de que otros la han encontrado y nosotros no. Vivimos expuestos a narrativas de éxito absoluto, a imágenes editadas de vidas perfectas que nos hacen dudar de la valía e importancia de la nuestra.

Pero nadie o muy pocos nos muestran las sombras. Nadie nos habla de sus dudas, de sus sacrificios, de los momentos en los que no supieron si estaban en el camino correcto. Y así, nos convencemos de que solo nosotros seguimos orbitando sin rumbo, cuando en realidad todos estamos en movimiento, en busca de nuestro propio equilibrio o lugar en este universo.

En conclusión, decir que… Hoy miraré al cielo y veré la alineación de los planetas, sabiendo que no durará. Que, en unas horas, cada uno volverá a su propia órbita, a su propio viaje, sin que eso signifique que han perdido el rumbo.

Así es la vida también. No estamos aquí para buscar un instante de perfección estática, sino para aprender a encontrar belleza en el movimiento. Para entender que la armonía no es un momento fijo, sino una danza continua entre lo que queremos, lo que somos y lo que aún no hemos descubierto. Así como le ocurre a los planetas que siguen su curso sin necesidad de alinearse siempre, confiando en que, incluso en el aparente caos, hay una lógica secreta que nos guía.»

 

 

Traducción al Italiano

ALLINEAMENTO PLANETARIO

Poche cose mi hanno emozionato tanto quanto contemplare il cosmo. Lo faccio ogni volta che posso, specialmente durante il periodo delle Perseidi. Se il cielo è sereno e non eccessivamente influenzato dall’inquinamento luminoso delle città, puoi vedere la volta celeste in tutto il suo splendore, così nitida e vicina che sembra «il cielo in una stanza» – il soffitto sopra di te, costellato di immensità, come diceva la canzone di Gino Paoli.

Oggi, 28 febbraio, alzerò lo sguardo al cielo, consapevole che questa sarà una delle poche opportunità nella storia della mia vita per assistere a un fenomeno così singolare. Sette pianeti si allineeranno in un fenomeno astronomico poco comune, un istante di apparente perfezione cosmica, estremamente raro, un evento che potrebbe richiedere secoli per ripetersi.

Lo farò come se bastasse allungare la mano per sfiorare l’equilibrio perfetto dell’universo.

Tuttavia, nel preparare questo momento di connessione con il cosmo, ho ricordato che la sua fugacità lo rende ancora più prezioso. La vita, al pari dell’universo, oscilla tra armonia e disordine senza bisogno di fermarsi in un punto preciso, e se si ferma, è solo per un breve istante.

Sta a te la capacità di saperlo cogliere o assaporare e, in un altro ordine di idee, imparare da ciò che hai vissuto.

Ogni giorno aspettiamo «l’allineamento perfetto dei pianeti», non solo nel cielo, ma anche nelle nostre vite, nei nostri progetti, nelle nostre relazioni… Io stessa ho creduto spesso che, se avessi fatto le cose per bene, se avessi preso le decisioni giuste, se avessi trovato il momento perfetto e il luogo adatto, tutto si sarebbe allineato: amore, lavoro, salute, relazioni… Che sarebbe arrivato quel momento in cui gli sforzi passati avrebbero trovato la loro ricompensa nel presente, in cui ogni sacrificio avrebbe dimostrato di essere valso la pena e ogni investimento in amore e passione per la vita, nelle persone e nei progetti, avrebbe avuto un senso.

Ma no. Non sempre questa regola si applica. O, meglio, non nel modo in cui spesso ci aspettiamo. Non sempre, se dai amore, lo ricevi; non sempre, se lavori con entusiasmo e dedizione, i tuoi meriti vengono riconosciuti, e vivere con passione non è garanzia di una piena ricompensa.

La vita non è un istante di allineamento perfetto. Assomiglia piuttosto all’universo: una combinazione di caos e armonia che coesistono senza annullarsi. Un equilibrio dinamico che non ha bisogno di fissarsi in un punto preciso per avere senso. E capirlo è stato, forse, uno degli insegnamenti più importanti che ho avuto nel corso della mia esistenza. Ho anche compreso che non esiste sempre una relazione di causa-effetto in un’azione: amo, mi amano; lavoro, mi riconoscono i meriti, ecc.

È come quando parliamo di felicità, forse c’è un istante di immensa felicità, ma il resto dei giorni possono essere armoniosi, sereni o, al contrario, tumultuosi.

Pensare il contrario è un’utopia insana.

Stanotte alzerò lo sguardo al cielo, sperando che i miei occhi vedano l’intersezione tra la volontà di vedere, la volontà di aspettare e la capacità di stupirsi, materializzata in un intervallo di tempo, senza che questo significhi altro se non accettare la temporalità di quell’istante, godendo del privilegio di averlo vissuto.

La realtà è che ci educano con l’idea che c’è un momento in cui tutto fa clic e diventa perfetto e rappresenta un «salto quantico» nelle nostre vite. Una sorta di meta finale in cui il successo arriva, l’amore si consolida, la stabilità si assesta e la vita acquista pieno significato. Ci fanno credere che quel momento esista, che sia solo questione di impegno, pazienza, e che, quando arriverà, tutto sarà più facile o diverso.

Alla fine, passiamo la vita aspettando quell’istante, quel successo, quell’amore, quel lavoro perfetto e non assaporiamo ciò che abbiamo e siamo. Inseguendo eternamente qualcosa che forse non accadrà mai.

L’allineamento planetario è un fenomeno raro e breve, così come lo sono quei momenti di apparente perfezione nella vita. Non significa che non esistano, ma non sono lo stato naturale delle cose. Eppure, viviamo ossessionati dal raggiungerli e dal trattenerli, come se la vita dovesse essere una fotografia statica invece di un processo in costante evoluzione.

Comprendere che la vita è un cammino in continuo cambiamento, che non sempre tutto combacia e che questo non significa essere perduti, è stata una lezione che non ho imparato dall’oggi al domani. A volte ci aggrappiamo all’idea del successo come se fosse una destinazione finale, senza renderci conto che il vero successo sta nella coerenza con se stessi, nella capacità di continuare a muoversi anche quando non ci sono certezze.

Resistere, insistere, persistere e non desistere mai è uno dei motti della mia vita.

Forse il pericolo più grande della nostra epoca non è la ricerca di questo «allineamento perfetto», ma la convinzione che altri lo abbiano trovato e noi no. Viviamo esposti a narrazioni di successo assoluto, a immagini editate di vite perfette che ci fanno dubitare del valore e dell’importanza della nostra.

Ma nessuno, o quasi nessuno, ci mostra le ombre. Nessuno ci parla dei loro dubbi, dei loro sacrifici, dei momenti in cui non sapevano se fossero sulla strada giusta. E così, ci convinciamo che solo noi continuiamo a orbitare senza direzione, quando in realtà tutti siamo in movimento, in cerca del nostro equilibrio o del nostro posto in questo universo.

In conclusione, direi che… Oggi guarderò il cielo e vedrò l’allineamento dei pianeti, sapendo che non durerà. Che, in poche ore, ognuno tornerà alla propria orbita, al proprio viaggio, senza che questo significhi che abbiano perso la rotta.

Così è anche la vita. Non siamo qui per cercare un istante di perfezione statica, ma per imparare a trovare bellezza nel movimento. Per capire che l’armonia non è un momento fisso, ma una danza continua tra ciò che vogliamo, ciò che siamo e ciò che ancora non abbiamo scoperto. Così come accade ai pianeti, che continuano il loro corso senza bisogno di allinearsi sempre, fidandosi del fatto che, anche nel caos apparente, esiste una logica segreta che ci guida.

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