¿Un colibrí en mi jardín? El arte de ver (cuando nadie quiere mirar) - Loredana Vitale
Loredana Vitale reflexiona sobre un colibrí entre sus rosas, las señales invisibles que nos rodean y la importancia de mirar con sensibilidad. Una historia íntima y lúcida sobre la vida, el trabajo, y el lujo entendido como actitud.
Loredana Vitale, Loredana Vitale opinion leader, colibrí en el jardín, señales del universo, leer señales, ver lo invisible, sensibilidad emocional, reflexión sobre la vida, lujo con alma, belleza cotidiana, actitud positiva, señales divinas, cómo ver más allá, colibrí significado espiritual, ver con el corazón, observar con sensibilidad, liderazgo humano, estilo de vida consciente, introspección elegante, lujo emocional, Loredana Vitale consultora, mirar el mundo con belleza, opinion leader
351005
post-template-default,single,single-post,postid-351005,single-format-standard,eltd-cpt-2.4,gllr_moose,ajax_fade,page_not_loaded,,moose child-child-ver-1.0.0,moose-ver-3.6, vertical_menu_with_scroll,smooth_scroll,blog_installed,wpb-js-composer js-comp-ver-7.7.2,vc_responsive

¿Un colibrí en mi jardín? El arte de ver (cuando nadie quiere mirar)

El otro día, mientras trabajaba mirando al jardín, me pareció ver un colibrí alimentándose entre mis rosas blancas.
La imagen era clara: una pequeña, diminuta ave aleteando con grandísima velocidad estaba absorbiendo los jugos de mis flores.

No os riais, que os veo venir… ya sé que os hablé de los “Tórtolos” en Semana Santa 😉
Y es verdad que suelo bromear con mis amigas, y conmigo misma, porque tengo esta tendencia a ver señales en todas partes.

Pero volvamos al colibrí.

Sorprendida, corrí a por la cámara para intentar fotografiarlo, pero con ese aleteo tan veloz fue imposible cazar su vuelo.

Me sorprendió, porque Europa no es el hábitat natural de los colibríes. Y, sin embargo, allí estaba. O eso creí ver.

Mi pequeño jardín, un poco desordenado, porque no tengo mucho tiempo para cuidarlo, y porque realmente requiere mucho esfuerzo mantenerlo en condiciones; me da paz. Incluso en su crecer salvaje y algo desanclado, me reconforta.
Siempre me ha gustado dejar que las plantas crezcan como quieran, sin encorsetarlas, sin recortarlas, tanto que últimamente he decidido trabajar no desde mi despacho, sino desde la barra alta de mi cocina concretamente, solo para poder verlo mejor.

También “leo” mensajes en el cappuccino.
No en esos cafés decorados adrede por baristas, sino  los “normales”, los que me preparo yo cada mañana. Especialmente en esos.
Me río porque muchas veces les hago una foto y se la mando a mis amigas, preguntándoles si también ven lo mismo que yo.
Tanto es así que bromeamos con la idea de comprarme un turbante y una bola de cristal, por eso de verme siempre leyendo señales.
Confieso que también me fijo en las matrículas… ¡está claro que tengo futuro como pitonisa!

Dicen que el colibrí es el mensajero de Dios, y quizá por eso aquel colibrí imposible me emocionó tanto el otro día.
Porque apareció en una semana de cierta complejidad, y, además, me hizo pensar en mi amigo Nacho, que en paz descanse. Un amigo querido, mexicano, que se marchó de este plano, de forma demasiado prematura. Una de las más bellas personas que haya nunca conocido.
Y una vez, en un momento muy difícil de mi vida, me dijo una frase que nunca he olvidado:
“Loredana, tú eres un ángel, y el Señor te ayudará.”

También mi hijo dice haber visto alguna vez un colibrí en el camino hacia casa y, os aseguro de que él, junto a su padre, son los pragmático de este curioso trío.
A mí, me gusta pensar que esas señales, aunque improbables, están; y llegan,
no para convencernos de nada, sino para recordarnos algo.
O simplemente para acompañarnos.

Todo este preludio para deciros que, esa inclinación a encontrar sentido en lo que me rodea no es otra cosa que una actitud interior:
No rendirse.
No sucumbir a la fealdad del mundo ni a los golpes de la vida, que en más de una ocasión azotan sin miramiento.

Como decía aquella canción de Luis Miguel, que para mí es casi un mood de vida:
Ve la vida con amor, Sonríe… Sonríe
Y eso es lo que hago, mirar lo bello, olvidar “lo feo” y sonreír.

Y, sí, también lo llevo al trabajo y lo aplico a todos los ámbitos de la vida.

En la profesión me doy cuenta de cuanta ceguera existe. Porque, realmente muchas empresas no ven. No escuchan. No perciben.
No porque no puedan, sino porque no quieren.

Y…nadie cambia o mejora si no tiene voluntad de hacerlo, nadie aprende si no quiere aprender. Nadie escucha si no quiere escuchar.
Para crecer, ver u oír, hace falta voluntad. Por supuesto, cierta sensibilidad.

Incluso en el mundo del lujo sucede lo mismo.
Hay detalles, gestos, matices, que solo percibe quien está dispuesto a mirar con otros ojos.

No se trata de grandilocuencia. Se trata de profundidad.
Y de una manera — más humana, más atenta — de estar en el mundo.

🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸

Un colibrì nel mio giardino?
Ovvero arte di cogliere i segni, anche quando nessuno li cerca.

L’altro giorno, mentre lavoravo guardando il giardino, mi è sembrato di vedere un colibrì che si nutriva tra le mie rose bianche.
L’immagine era chiara: un minuscolo uccellino che batteva le ali a una velocità impressionante, intento ad assorbire i succhi dei miei fiori.
Non ridete 😏, vi vedo già… lo so che vi ho parlato delle “Tortore” a Pasqua.
Ed è vero che scherzo spesso con le mie amiche — e con me stessa — perché ho questa tendenza a vedere segni ovunque.

Ma torniamo al colibrì.
Sorpresa, sono corsa a prendere il cellulare per cercare di immortalarlo, ma con quel battito d’ali così rapido è stato impossibile catturarne il volo.
Mi ha sorpresa, perché l’Europa non è l’habitat naturale dei colibrì.
Eppure, era lì. O almeno così ho creduto di vedere.

Il mio piccolo giardino, un po’ disordinato — perché non ho molto tempo per curarlo, e perché richiede davvero tanto impegno per tenerlo in ordine — mi dà pace.
Anche nella sua crescita selvaggia e un po’ slegata, mi conforta.
Mi è sempre piaciuto lasciare che le piante crescano come vogliono, senza costringerle, senza potarle.
Tanto che ultimamente ho deciso di non lavorare più nel mio studio, ma proprio al bancone alto della mia cucina, solo per poterlo vedere meglio.

Ma facciamo un’altro passo indietro…
Leggo messaggi anche nel cappuccino.
Non in quei caffè decorati appositamente dai baristi, ma anche in quelli “normali”, quelli che mi preparo ogni mattina. Soprattutto in quelli.
Rido, perché spesso scatto una foto e la mando alle mie amiche, chiedendo se anche loro vedono quello che vedo io.
Scherziamo, e mi dicono che dovrei comprarmi un turbante e una sfera di cristallo, per via di questa mia tendenza a leggere segni ovunque.
(Confesso che a volte mi fisso anche sulle targhe delle auto… è chiaro che ho un futuro come veggente!)

Si dice che il colibrì sia il messaggero di Dio, e forse è per questo che quel colibrì impossibile mi ha emozionata così tanto l’altro giorno.
È arrivato in una settimana particolarmente complessa, e mi ha fatto pensare al mio amico Nacho, che riposi in pace.
Un amico caro, messicano, che se n’è andato troppo presto.
Una delle persone più belle che io abbia mai conosciuto.
Una volta, in un momento molto difficile della mia vita, mi disse una frase che non ho mai dimenticato:
“Loredana, tu sei un angelo, e il Signore ti aiuterà.”

Anche mio figlio dice di aver visto un colibrì, una volta, sulla strada di casa.
E vi assicuro che lui, insieme a suo padre, è il pragmatico del nostro curioso trio.
A me piace pensare che quei segni, anche se improbabili, ci siano. E che arrivino.
Non per convincerci di qualcosa, ma per ricordarci qualcosa.
O semplicemente per farci compagnia.

Tutto questo preambolo per dirvi che questa mia inclinazione a trovare un senso in ciò che mi circonda non è altro che un atteggiamento interiore:
Non arrendersi.
Non soccombere alla bruttezza del mondo né ai colpi della vita, che a volte arrivano senza pietà.
Come diceva quella canzone di Luis Miguel, che per me è quasi un mood esistenziale:
Guarda la vita con amore. Sorridi… Sorridi.
E questo è ciò che faccio: guardo il bello, dimentico il “brutto” e sorrido.

E sì, questo atteggiamento lo porto anche nel lavoro, e lo applico in tutti gli ambiti della vita.
Nella professione specialmente, mi rendo conto di quanta cecità esista.
Perché in realtà molte aziende non vedono. Non ascoltano. Non percepiscono.
Non perché non possano, ma perché non vogliono.
E… nessuno cambia o migliora se non ha la volontà di farlo. Nessuno impara se non vuole imparare. Nessuno ascolta se non vuole ascoltare.
Per crescere, per vedere o per sentire, ci vuole volontà. E, naturalmente, una certa sensibilità.

Anche nel mondo del lusso succede lo stesso.
Ci sono dettagli, gesti, sfumature che solo chi è disposto a guardare con altri occhi riesce a cogliere.
Non si tratta di grandiosità. Si tratta di profondità.
E di un modo — più umano, più attento — di stare al mondo.

Imagen vía FREEPIK

No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.