La emoción también trabaja en fábrica.

Hoy me apetece cambiar un poco de registro y hablar de marca en el entorno industrial. Por qué incluso las empresas industriales necesitan construir su marca, con estrategia y con alma.
Tristemente, todavía hay empresas que creen que una marca se reduce a tener un logotipo, una paleta de colores y un buen producto.
En el sector industrial — quizás más que en ningún otro — sigue existiendo la convicción de que lo importante es la calidad técnica, que hablar de emoción está fuera de lugar, y que lo mejor es dejar que “hablen los resultados”.
Permitidme decir que, quizás eso valía en los años 80. Otra época, otro tipo de competencias, otros consumidores, otras formas de comunicar. Hoy, el entorno es otro. Y seguir comunicando como si nada hubiese cambiado es una forma segura de volverse invisible y las consecuencias se hacen evidentes.
Porque lo que diferencia a una empresa industrial, y cualquier otra empresa que produce, ahora no es solo el producto, sino cómo se percibe lo que representa.
Y esa percepción se construye con intención, con relación, con sentido.
La percepción es emocional. La elección, también.
Lo comprobé personalmente. Cuando compré el suelo de mi cocina, me conquistó — además de la belleza visual que encajaba con mis gustos y con el atrevimiento estético que buscaba para ese espacio — la forma en que se me presentó el relato.
Cada baldosa tenía una historia, una inspiración, un vínculo con la naturaleza y… conmigo. La empresa no hablaba solo de materiales o formatos, sino de estilo de vida, de mundos imaginarios, de formas de habitar el color. Conectaba en el plano emocional con un público concreto.
Y, sin embargo, ¿qué es una baldosa sino un producto industrial?
Cierto es que cuando entra en juego la decoración, se activan otros mecanismos estéticos y evocadores, pero el fundamento es el mismo:
una empresa industrial que no se limita a fabricar, sino que busca emoción, que crea relato, que construye sentido, que toca… establece un vínculo y una activación emocional con el decisor de compra.
Porque si una baldosa puede contar una historia, un cable también. Un compresor. Un componente técnico. Siempre que haya visión, y una marca dispuesta a expresarla.
La marca no se improvisa. Tener una buena estrategia de marca no significa renovar el PowerPoint de ventas o un catálogo.
Significa tener una identidad clara, expresada con coherencia, avalada por hechos y, sobre todo, respaldada por la experiencia real del cliente.
La calidad se presupone. La excelencia se demuestra en cada punto de contacto.
No basta con especificaciones impecables: hacen falta resultados medibles, seguimiento activo, escucha constante y una coherencia interna firme entre lo que se promete y lo que se entrega.
Y no hablamos solo de productos. Hablamos de servicio, de actitud, de presencia, de cómo se construye la relación, incluso con los empleados. Porque eso también comunica. Eso también deja marca.
Branding no es lo mismo que comunicación de producto.
Dejadme poner los puntitos sobre las “ies”. Esta es una de las grandes confusiones en el mundo industrial y en general.
La comunicación técnica de producto es fundamental, sí. Especificaciones, normas, certificaciones, prestaciones. Todo eso es imprescindible. Pero, no es identidad de marca. Es parte de una comunicación necesaria, un medio.
El branding trabaja en otro plano: construye significado, reputación, posicionamiento.
Mientras el catálogo explica qué hace un producto, la marca responde a una pregunta mucho más potente:
¿Por qué deberían elegirme a mí?
La emoción, en un entorno B2B industrial está. Aunque no se diga abiertamente. No se expresa con campañas sensibleras, es evidente. Se manifiesta en la forma en la que una empresa comunica su propósito, en el respeto que demuestra hacia el interlocutor técnico, en la coherencia entre discurso y comportamiento.
Está en la relación. En la memoria. En la confianza.
Es una emoción sobria, sí. Profesional sí, a veces casi silenciosa; pero profundamente activa.
¿Y en la práctica? ¿Quién lo hace bien?
Hay marcas industriales que han entendido esto perfectamente. No lo han disfrazado: lo han interiorizado.
Atlas Copco, por ejemplo, no se limita a presentar soluciones técnicas. Su lema “First in Mind – First in Choice” no es decorativo: es una declaración estratégica. La marca se construye para ser percibida como líder, no solo por calidad, sino por confianza.
Su identidad está definida, cuidada y transmitida.
Hilti ha logrado algo que muchos buscan: generar orgullo. No solo vende herramientas, sino que dignifica el trabajo del profesional de obra.
Su comunicación no habla solo de rendimiento, sino de responsabilidad, de trabajo en equipo, de respeto por el oficio, de personas. Y eso, en este sector, es emoción aplicada.
ABB se dirige a ingenieros, sí. Pero también a decisores. A personas en este caso también. Su lema “Let’s write the future. Together.” abre un terreno simbólico: no se trata solo de tecnología, sino de contribuir juntos a algo más grande.
Aquí la marca funciona como visión compartida, no como adorno.
Prysmian Group no vende cables. Lo que proyecta es continuidad, confianza, arquitectura crítica para el mundo moderno. En colaboración con Interbrand, han desarrollado una narrativa basada en la conexión estructural, en la fiabilidad invisible.
En este caso, la emoción no es cálida: es estable, necesaria, casi silenciosa. Pero sin ella, nada funciona.
Festo ha sabido hacer del conocimiento su valor diferencial. No se limita a vender automatización: educa, forma, comparte saber técnico con una voluntad claramente emocional.
Aquí, la emoción es intelectual. Es el respeto por el saber hacer. Es la pertenencia a una comunidad técnica que se actualiza, que mejora, que se cuida.
“Festo mueve el mundo” se puede leer en su home page.
Schneider Electric ha hecho de la eficiencia una causa ética. Con su lema “Life is On”, no pretende solo vender sistemas: busca posicionarse como actor clave de una transición energética responsable.
Su marca conecta con la innovación, sí, pero sobre todo con la confianza, la seguridad y el compromiso ambiental.
En todos los sectores, también en la industria, elegimos desde los mismos mecanismos.
Podrás decir que eres el mejor. Podrás demostrar que tu producto es técnicamente impecable. Pero al final, lo que necesitas no es que te crean: es que te elijan.
Y para que te elijan, debes construir afinidad.
Debes generar una conexión emocional — del tipo que sea — con tu público objetivo.
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Nadie elige lo que no siente afín.
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Nadie recomienda lo que no siente cercano.
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Nadie recuerda lo que no emociona.
Somos seres esencialmente emocionales.
Las neurociencias aplicadas al marketing lo confirman: la mayoría de las decisiones de compra, incluso en entornos técnicos, se activan primero en el sistema límbico, la zona del cerebro asociada a las emociones.
Solo después buscamos argumentos racionales que justifiquen lo que ya hemos sentido como correcto.
Y en el contexto B2B, la relación que se establece con los decisores de compra tiene un papel determinante: una buena marca no solo informa. Conecta. Acompaña. Legitima.
Como dice mi querida Inmaculada Urrea: “No es marca si no pasa por el corazón.”
Y ese corazón, incluso en una fábrica, late.
Imagen: vwalakte – freepik
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Anche in fabbrica batte un cuore
Oggi mi va di cambiare un po’ registro e parlare di marca nel contesto industriale. Perché anche le imprese industriali hanno bisogno di costruire il proprio brand, con strategia e con anima.
Tristemente, ci sono ancora aziende che pensano che avere una marca significhi avere un logo, una palette colori e un buon prodotto.
Nel mondo industriale — forse più che in ogni altro — esiste ancora la convinzione che l’unica cosa che conti sia la qualità tecnica, che parlare di emozione sia fuori luogo, e che la cosa migliore sia lasciar “parlare i risultati”.
Permettetemi di dire che, forse, questo poteva valere negli anni ’80. Un’altra epoca, un altro tipo di competenze, altri consumatori, altri modi di comunicare. Oggi il contesto è diverso. E continuare a comunicare come se nulla fosse cambiato è un modo sicuro per diventare invisibili e le conseguenze sono evidenti.
Perché ciò che oggi distingue un’azienda industriale, e qualsiasi altra impresa che produce, non è solo il prodotto, ma come viene percepito ciò che rappresenta.
E questa percezione si costruisce con intenzione, con relazione, con senso.
La percezione è emozionale. La scelta, anche.
L’ho sperimentato personalmente. Quando ho comprato il pavimento della mia cucina, mi ha conquistata — oltre alla bellezza visiva che si adattava perfettamente ai miei gusti e all’audacia estetica che cercavo per quello spazio — il modo in cui mi è stato raccontato il prodotto.
Ogni piastrella aveva una storia, un’ispirazione, un legame con la natura e… con me. L’azienda non parlava solo di materiali o formati, ma di stile di vita, di mondi immaginari, di modi di abitare il colore. Comunicava sul piano emozionale con un pubblico concreto.
Eppure, cos’è una piastrella se non un prodotto industriale?
È vero che quando entra in gioco la decorazione si attivano altri meccanismi estetici ed evocativi, ma il principio è lo stesso:
un’azienda industriale che non si limita a produrre, ma che cerca emozione, che crea racconto, che costruisce senso, che tocca… stabilisce un legame e un’attivazione emozionale con il decisore d’acquisto.
Perché se una piastrella può raccontare una storia, lo può anche un cavo. Un compressore. Un componente tecnico. Sempre che ci sia visione, e un marchio disposto a esprimerla.
Il marchio non si improvvisa. Avere una buona strategia di marca non significa rifare il PowerPoint commerciale o un catalogo.
Significa avere un’identità chiara, espressa con coerenza, supportata dai fatti e, soprattutto, confermata dall’esperienza reale del cliente.
La qualità si dà per scontata. L’eccellenza si dimostra in ogni punto di contatto.
Non bastano specifiche tecniche impeccabili: servono risultati misurabili, un follow-up attivo, ascolto costante e una coerenza interna ferrea tra ciò che si promette e ciò che si consegna.
E non parliamo solo di prodotti. Parliamo di servizio, di atteggiamento, di presenza, di come si costruisce la relazione, anche con i dipendenti. Perché anche questo comunica. Anche questo lascia il segno.
Il branding non è la comunicazione di prodotto.
Lasciatemi mettere i puntini sulle “i”. Questa è una delle grandi confusioni del mondo industriale, e non solo.
La comunicazione tecnica di prodotto è fondamentale, sì. Specifiche, norme, certificazioni, prestazioni. Tutto questo è imprescindibile. Ma non è identità di marca. È parte di una comunicazione necessaria, un mezzo.
Il branding lavora su un altro piano: costruisce significato, reputazione, posizionamento.
Mentre il catalogo spiega cosa fa un prodotto, la marca risponde a una domanda molto più potente:
Perché dovrebbero scegliere me?
L’emozione, nel contesto B2B industriale, esiste. Anche se non viene dichiarata apertamente. Non si esprime con campagne sensazionalistiche, è evidente. Si manifesta nel modo in cui un’azienda comunica il proprio scopo, nel rispetto che dimostra verso l’interlocutore tecnico, nella coerenza tra discorso e comportamento.
È nella relazione. Nella memoria. Nella fiducia.
È un’emozione sobria, sì. Professionale sì, a volte quasi silenziosa; ma profondamente attiva.
E nella pratica? Chi lo fa bene?
Ci sono aziende industriali che hanno capito perfettamente tutto questo. Non l’hanno camuffato: l’hanno interiorizzato.
Atlas Copco, per esempio, non si limita a presentare soluzioni tecniche. Il suo slogan “First in Mind – First in Choice” non è decorativo: è una dichiarazione strategica. Il marchio è costruito per essere percepito come leader, non solo per la qualità, ma per la fiducia.
La sua identità è definita, curata e trasmessa.
Hilti ha ottenuto ciò che molti cercano: generare orgoglio. Non vende solo attrezzi, ma valorizza il lavoro del professionista in cantiere.
La sua comunicazione non parla solo di prestazioni, ma di responsabilità, di lavoro di squadra, di rispetto per il mestiere, di persone. E questo, in questo settore, è emozione applicata.
ABB si rivolge agli ingegneri, sì. Ma anche ai decisori. A persone, anche in questo caso. Il suo slogan “Let’s write the future. Together.” apre un terreno simbolico: non si tratta solo di tecnologia, ma di contribuire insieme a qualcosa di più grande.
Qui il marchio funziona come visione condivisa, non come ornamento.
Prysmian Group non vende cavi. Quello che proietta è continuità, fiducia, architettura critica per il mondo moderno. In collaborazione con Interbrand, ha sviluppato una narrativa basata sulla connessione strutturale, sulla affidabilità invisibile.
In questo caso, l’emozione non è calda: è stabile, necessaria, quasi silenziosa. Ma senza di essa, nulla funziona.
Festo ha saputo fare della conoscenza il proprio valore distintivo. Non si limita a vendere automazione: forma, condivide, diffonde sapere tecnico con un’intenzione chiaramente emozionale.
Qui, l’emozione è intellettuale. È rispetto per il sapere. È appartenenza a una comunità tecnica che si aggiorna, che cresce, che si prende cura.
“Festo muove il mondo”, si legge nella loro homepage.
Schneider Electric ha fatto dell’efficienza una causa etica. Con il suo slogan “Life is On”, non mira solo a vendere sistemi: si posiziona come attore chiave della transizione energetica responsabile.
Il suo marchio si connette con l’innovazione, sì, ma soprattutto con la fiducia, la sicurezza e l’impegno ambientale.
In tutti i settori, anche in quello industriale, scegliamo secondo gli stessi meccanismi.
Puoi dire di essere il migliore. Puoi dimostrare che il tuo prodotto è tecnicamente impeccabile. Ma alla fine, non basta che ti credano: serve che ti scelgano.
E per essere scelto, devi costruire affinità.
Devi creare una connessione emozionale — di qualsiasi tipo — con il tuo pubblico di riferimento.
• Nessuno sceglie ciò che non sente affine.
• Nessuno consiglia ciò che non sente vicino.
• Nessuno ricorda ciò che non emoziona.
Siamo esseri essenzialmente emozionali.
Le neuroscienze applicate al marketing lo confermano: la maggior parte delle decisioni di acquisto, anche in ambiti tecnici, si attiva prima nel sistema limbico, la parte del cervello associata alle emozioni.
Solo dopo cerchiamo giustificazioni razionali per ciò che abbiamo già sentito come giusto.
E nel contesto B2B, la relazione con chi prende le decisioni d’acquisto ha un ruolo determinante: un buon marchio non solo informa. Connette. Accompagna. Legittima.
Come dice la mia cara Inmaculada Urrea: “Non è marca se non passa per il cuore.”
E quel cuore, anche in fabbrica, batte.
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